Ahora la que suspira soy yo
Sentaditos y calladitos
“Mamá, yo quiero eso”.
Me giro en el centro comercial y veo a una adolescente
señalar una chaqueta; su madre le dice que no, y sigue andando. No hay más que
hablar, ni que explicar… parece que eso de razonar ya no se lleva.
Entro en una zapatería y, mientras estoy mirando la sección
de botas, se choca conmigo un niño al que se le ha escapado la pelota. Una vez
la coge, empieza a jugar a tirarla contra los zapatos, como si de una atracción
de feria se tratase. La dependienta recoloca una de las botas que ha tirado
mientras busca con la mirada a su madre a la espera de un sermón. Nada.
Tras cuatro o cinco tiros, le pide tímidamente a la madre de
la criatura que le diga que pare. La madre, ocupada en ver si elige los zapatos
de tacón de ante o los de piel vuelta, suspira, saca una game boy del bolso y
se la da a su hijo sin prestarle más atención.
Ahora la que suspira soy yo, me parece increíble la solución
que esa señora da al asunto. Probablemente, cuando los profesores del niño le
digan que no atiende en clase o que su pequeño no aprueba ni Educación Física,
la madre pondrá el grito en el cielo y culpará a los profesores de la mala
educación que le están brindando a su angelito. Y lo peor de todo es que así lo
creerá, no se le ocurrirá pensar que tal vez –y solo tal vez- la culpa del
comportamiento del niño la tenga el desdén con el que le está decidiendo
educar.
Me acuerdo entonces de un capítulo de los Simpsons en el que
Homer les pregunta a Bart y a Lisa que si le quieren más a él o a la tele.
Ellos responden que a él pero, en cuanto se va del salón, abrazan a la tele y
le dan las gracias por enseñarles todo lo que saben.
Es increíble ver hasta qué punto esa escena muestra la
realidad.
Antes los padres tenían más difícil conseguir que sus hijos
se comportasen bien. Lograr educarles y que estuvieran en silencio en la sala
de espera del dentista era toda una misión imposible en la que se tenía que
mezclar una gran dosis de energía y paciencia con un chorrito de imaginación y
mucho cariño.
Afortunadamente, ahora todo es mucho más fácil: tan solo
debes comprar una PSP, un portátil, un MP3, una Wii y una buena televisión – si
es de pantalla plana, mejor- para asegurarles a tus pequeños la mejor educación
posible con el poco tiempo de que los padres de hoy en día disponen…
Menos mal que los videojuegos han evolucionado tanto que han
podido pasar de ser un regalo para que los niños jueguen en sus ratos libres, a
ser el niñero ideal. Basta con que le des a tu hijo cualquier maquinita que él,
por muy pequeño que sea, ya sabrá encenderla y ponerse a jugar durante horas y
horas, sentadito y calladito, mientras tú te puedes dedicar a escribir una nota
de reclamación a la profesora de Mate-máticas por el injusto cinco que le ha
puesto en el último examen: es imposible que haya sacado una nota tan baja, ¡le
compraste el “Maths training” hace ya semanas!
“Mamá, yo quiero eso”.
Me giro en el centro comercial y veo a una adolescente
señalar una chaqueta; su madre le dice que no, y sigue andando. No hay más que
hablar, ni que explicar… parece que eso de razonar ya no se lleva.
Entro en una zapatería y, mientras estoy mirando la sección de botas, se choca conmigo un niño al que se le ha escapado la pelota. Una vez la coge, empieza a jugar a tirarla contra los zapatos, como si de una atracción de feria se tratase. La dependienta recoloca una de las botas que ha tirado mientras busca con la mirada a su madre a la espera de un sermón. Nada.
Tras cuatro o cinco tiros, le pide tímidamente a la madre de la criatura que le diga que pare. La madre, ocupada en ver si elige los zapatos de tacón de ante o los de piel vuelta, suspira, saca una game boy del bolso y se la da a su hijo sin prestarle más atención.
Ahora la que suspira soy yo, me parece increíble la solución que esa señora da al asunto. Probablemente, cuando los profesores del niño le digan que no atiende en clase o que su pequeño no aprueba ni Educación Física, la madre pondrá el grito en el cielo y culpará a los profesores de la mala educación que le están brindando a su angelito. Y lo peor de todo es que así lo creerá, no se le ocurrirá pensar que tal vez –y solo tal vez- la culpa del comportamiento del niño la tenga el desdén con el que le está decidiendo educar.
Me acuerdo entonces de un capítulo de los Simpsons en el que Homer les pregunta a Bart y a Lisa que si le quieren más a él o a la tele. Ellos responden que a él pero, en cuanto se va del salón, abrazan a la tele y le dan las gracias por enseñarles todo lo que saben.
Es increíble ver hasta qué punto esa escena muestra la realidad.
Antes los padres tenían más difícil conseguir que sus hijos se comportasen bien. Lograr educarles y que estuvieran en silencio en la sala de espera del dentista era toda una misión imposible en la que se tenía que mezclar una gran dosis de energía y paciencia con un chorrito de imaginación y mucho cariño.
Afortunadamente, ahora todo es mucho más fácil: tan solo debes comprar una PSP, un portátil, un MP3, una Wii y una buena televisión – si es de pantalla plana, mejor- para asegurarles a tus pequeños la mejor educación posible con el poco tiempo de que los padres de hoy en día disponen…
Menos mal que los videojuegos han evolucionado tanto que han podido pasar de ser un regalo para que los niños jueguen en sus ratos libres, a ser el niñero ideal. Basta con que le des a tu hijo cualquier maquinita que él, por muy pequeño que sea, ya sabrá encenderla y ponerse a jugar durante horas y horas, sentadito y calladito, mientras tú te puedes dedicar a escribir una nota de reclamación a la profesora de Mate-máticas por el injusto cinco que le ha puesto en el último examen: es imposible que haya sacado una nota tan baja, ¡le compraste el “Maths training” hace ya semanas!






















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