Editorial
En dirección contraria
Todos circulan en dirección contraria menos yo. Es la forma de pensar de algunos políticos. Suena a chiste, pero no lo es.
Antes de entrar en materia, permítanme una reflexión a modo de acertijo:
Estás conduciendo tu coche en una noche de tormenta terrible. Pasas por una parada de autobús donde se encuentran tres personas esperando:
1. Una anciana que parece a punto de morir.
2. Un viejo amigo que te salvó la vida una vez.
3. El hombre perfecto o la mujer de tus sueños.
¿A cuál llevarías en el coche, habida cuenta que sólo tienes sitio para un pasajero?
Piensen en la respuesta antes de continuar leyendo.
Sin duda la mejor de las soluciones sería algo así como “Le daría las llaves del coche a mi amigo, y le pediría que llevara a la anciana al hospital, mientras yo me quedaría esperando el autobús con la mujer de mis sueños”
La moraleja es obvia: Debemos superar las aparentes limitaciones que nos plantean los problemas, y aprender a pensar creativamente utilizando como base el sentido común, algo que por desgracia no parece que algunos políticos utilicen de manera habitual.
Y así no va. En una sociedad como la nuestra, existen algunas personas o grupos que creen tener la verdad absoluta. Sus reflexiones públicas rozan en ocasiones cierto tufo de autoritarismo y se convierten en una especie de conductores que circulan en dirección contraria, a modo de kamikazes o suicidas, yendo contra las normas y el buen funcionamiento de la sociedad.
Es por todo lo anterior que ciertos políticos al postularse como adalides de la ciudadanía y su participación en las decisiones que afectan al municipio, corren el riesgo de poner en práctica mensajes incongruentes, siendo sus afirmaciones o dichos justo lo contrario de sus hechos.
Así pues, podríamos terminar diciendo que el dialogo resuelve conflictos y ofrece soluciones a muchas situaciones que piden un consenso. Los representantes de la ciudadanía deberían tener como obligación escuchar a todos y no solo a quienes les votan. No hacerlo conlleva un riesgo y es el de convertirse en esa especie de conductor temerario que va en dirección contraria y que, aun así, todavía se permite dar lecciones al resto.
Y no, este escrito no es una temeridad, ni un camino peligroso, ni miserable. Es tan solo mi modesta opinión.
Vicente Bolufer
Antes de entrar en materia, permítanme una reflexión a modo de acertijo:
Estás conduciendo tu coche en una noche de tormenta terrible. Pasas por una parada de autobús donde se encuentran tres personas esperando:
1. Una anciana que parece a punto de morir.
2. Un viejo amigo que te salvó la vida una vez.
3. El hombre perfecto o la mujer de tus sueños.
¿A cuál llevarías en el coche, habida cuenta que sólo tienes sitio para un pasajero?
Piensen en la respuesta antes de continuar leyendo.
Sin duda la mejor de las soluciones sería algo así como “Le daría las llaves del coche a mi amigo, y le pediría que llevara a la anciana al hospital, mientras yo me quedaría esperando el autobús con la mujer de mis sueños”
La moraleja es obvia: Debemos superar las aparentes limitaciones que nos plantean los problemas, y aprender a pensar creativamente utilizando como base el sentido común, algo que por desgracia no parece que algunos políticos utilicen de manera habitual.
Y así no va. En una sociedad como la nuestra, existen algunas personas o grupos que creen tener la verdad absoluta. Sus reflexiones públicas rozan en ocasiones cierto tufo de autoritarismo y se convierten en una especie de conductores que circulan en dirección contraria, a modo de kamikazes o suicidas, yendo contra las normas y el buen funcionamiento de la sociedad.
Es por todo lo anterior que ciertos políticos al postularse como adalides de la ciudadanía y su participación en las decisiones que afectan al municipio, corren el riesgo de poner en práctica mensajes incongruentes, siendo sus afirmaciones o dichos justo lo contrario de sus hechos.
Así pues, podríamos terminar diciendo que el dialogo resuelve conflictos y ofrece soluciones a muchas situaciones que piden un consenso. Los representantes de la ciudadanía deberían tener como obligación escuchar a todos y no solo a quienes les votan. No hacerlo conlleva un riesgo y es el de convertirse en esa especie de conductor temerario que va en dirección contraria y que, aun así, todavía se permite dar lecciones al resto.
Y no, este escrito no es una temeridad, ni un camino peligroso, ni miserable. Es tan solo mi modesta opinión.
Vicente Bolufer
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