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Domingo, 15 de Mayo de 2011 Tiempo de lectura:
Pese al mal momento, todo salió bien

Relato de una noche que se torció...


Voy a contar algo que me sucedió hace algún tiempo, y afortunadamente tuvo un buen final, por [Img #3693]que podría haber sido una noche realmente trágica. 


Son esas experiencias, que sabes apenas te suceden, se las vas a contar a tus hijos.  Mi forma de actuar, quiero aclarar al lector, simplemente fue irracional, defensiva, en definitiva: instintiva a más no poder.

Jueves noche en Alicante. Planeada cena de clase y posterior salida por "El Barrio" donde se concentran Pubs y locales de copas, todo normal, risas, amigos y cerveza en proporciones necesarias.

La noche transcurría en buena compañía y ambiente festivo, típico de un jueves en Alicante. 
En un ínterin nocturno y agobiados de tanto "chumba chumba" y de tanto alquitrán flotando en el aire (aun no se había aprobado la mal llamada ley "anti-tabaco"), nos perdemos dos amigos y yo por los callejones del precioso Barrio de Santa Cruz -para mí el barrio de estilo mediterráneo más típico de Alicante- justo a los pies del Castillo de Santa Bárbara.

[Img #3694]


No había tenido la suerte de conocerlo antes, maldita noche para deambular sin rumbo por sus ajardinadas y a esas horas, sombrías calles.

De pronto, dos sombras vienen a lo lejos, una más alta que otra, inevitable no sentir al menos una leve inquietud por la soledad que se respiraba en esas calles.

— ¡Mira a esos!— Me dijo, con tensa curiosidad Víctor.

"Están bastante mal" "y vienen para acá" alcancé a pensar yo.

Al tenerlos cerca, pude comprobar que tendrían aproximadamente nuestra edad, complexión normal, pero no me olvido de sus caras, tenían un aspecto que engañaba y hacía pensar que sus años se contaban con más dedos que los nuestros.

Se interpusieron en nuestro camino, visiblemente intoxicados y recurrieron a la más que trillada frase.

— ¿Tenéis un euro?—  Dijo uno de ellos con un tono más de exigir que de preguntar.

— Espera tío, lo miro — Contesté yo a media voz, intentando ser conciliador a la vez que buscaba en el fondo del bolsillo del vaquero.

Saqué algunas monedas llenas de pelusa del fondo del pantalón, que no llegaban a 80 céntimos,  rapidamente para conformarlos, con la prisa se cayeron un par de monedas, lo cual aumentó  su nerviosismo.

— Venga, dame el móvil que tengo que hacer una llamada — Me dijo mientras se metía la mano dentro de su chaqueta y me amenazaba con una forma puntiaguda desde dentro.

Yo, pese a no ver la navaja, no estaba por la labor de comprobar la veracidad de su amenaza, pero sabía que si le dejaba el móvil, esa llamada sería la más larga del mundo, tan larga que no vería mi teléfono nunca más...

— Lo que pasa es que no tengo batería— esgrimí convencido, en un intento por mantener mis objetos conmigo.

El otro tipo, que había permanecido callado hasta entonces, se dirigió hacia Víctor y Fernando. 

— Venga vosotros también ¡Dadme lo que llevéis!— 

Yo intentaba negociar con el más decidido, que aún me amenazaba con su mano bajo su chandal. Le decía que se calme, que no hacía falta amenazar, ni hacer daño por unos pocos euros, en definitiva que podíamos entendernos.

Comprendí tras un rato, que con ciertas personas es imposible razonar, básicamente porque hace tiempo que no utilizan esa facultad, o bien porqué nunca la han tenido.

Pasaron cinco o seis minutos, los más largos que recuerdo, la situación no avanzaba, el intento de negociador de película en que me había convertido no conseguía alejarlos de nosotros.
Cuando la situación se tornó inaguantable, aproveché una distracción de los asaltantes y comencé a correr despavorido, sin más objetivo que escapar de esa realidad que se me hacía insoportable.

— ¡Ven aquí cabrón! —  Gritaron casi a coro, viendo como su botín nocturno escapaba corriendo cuesta abajo.

Uno de mis amigos, Víctor, hizo lo propio en dirección opuesta a la mía, consiguiendo perderse entre las callecitas oscuras del barrio.

El otro, Fernando, mi tocayo, me siguió a mi par, y enseguida me saco cierta ventaja.

Sentí, en carrera, como me golpeaba en la cabeza un vaso de plástico lleno de algún tipo de liquido que se encontraron sobre una papelera. Y no dejo de agradecer que la concienciación social por el reciclaje hiciera que no hubiera ningún objeto de cristal por la zona, ya que estoy seguro que me lo hubieran lanzado de igual modo con consecuencias mucho peores.

En la escuela nunca fui de los más rápidos, era el gordito que era amigo de todo el mundo, pero la velocidad punta, nunca fue lo mío. Pero esa noche, con el miedo dentro de mis zapatos, parecía Usain Bolt batiendo el record de los cien metros lisos, o al menos así me sentí yo en ese momento.

Evidentemente, mis piernas iban más rápido que mi cabeza, puesto que elegí mala dirección y corrí hacia unas largas escaleras que descendían excesivamente verticales, lo cual me obligó a bajar el ritmo de mi zancada para no precipitarme por ellas en mi intento de huida.

Me pisaron los talones, los tenía detrás y casi pude sentir el frío de una navaja que cortaba tejidos a su paso hasta invadir lo más hondo de mi dorso. 

El pánico, cual golpe de estado, tomo el pleno control sobre mis movimientos.

Comence a forcejear con ambos sujetos, me empujaron escaleras abajo, desesperadamente intente detener mi caida, al cojerme a ellos, rodamos los tres, unos cuatro metros de filosos escalones.

Sin pararme a hacer recuento de daños, me incorporé rapidamente y viendo que mis atacantes por primera vez desde que nos abordaron, se encontraban en una situación desfavorable, a punto de levantarse, con mi adrenalina desbordada propiné un par puñetazos a cada uno y continué corriendo, yo no quería más que huir de allí.

Y así fue como conmocionados, escapamos de esa escena surrealista en la que nos vimos envueltos.

— Perdona tío, por no haberme metido a ayudarte— Me dijo consternado Fernando. 

En un principio no lo entendí mucho, pero posteriormente comprendí que el pánico a cada uno lo hace reaccionar de una manera, y su reacción es tan irracional como la mía. 
Los super-man no existen, y la valentía es tan relativa como mitificada.

No pude dormir en dos noches posteriores,  en mi vida había agredido a nadie, y me sentía raro y culpable.

Dándole vueltas, concluí que la mente, en situaciones límites, cuando uno se siente agredido, reacciona con el instinto, y no con el pensamiento . 

Mas allá de salvar la cartera (y sus míseros 15 euros para poner 11 litros de noventicinco octanos) , las llaves del coche o el móvil, salve la integridad física, y eso con total franqueza, me hizo valorar mucho más las cosas a mi alrededor.


Fernando López Corsi

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