Nada ha cambiado: La eterna lucha contra el racismo en nuestra sociedad
Escuchando "Calle Mayor" del grupo español Revólver, publicado en 1996, una triste constatación me golpea: desgraciadamente, nada ha cambiado. Podríamos pensar que, tras décadas de lucha por la igualdad y la justicia social, el racismo habría sido relegado a las páginas oscuras de la historia. Pero no, sigue vivo y palpable en cada rincón de nuestra sociedad. Por poner algún ejemplo: desde los paseos marítimos de Jávea o Calpe hasta las avenidas más concurridas de ciudades como Madrid y Barcelona.
Esta canción, con su poderosa crítica social, denunciaba un fenómeno que, lamentablemente, sigue latente hoy. El racismo no ha desaparecido, simplemente se ha transformado, adaptándose a nuevas formas y expresiones, manteniendo su veneno intacto.
"Mientras que le grita: '¡tú, negro de mierda, si tocas a mi hijo te abro la cabeza!'" - esas son las palabras que retumban en mi cabeza, palabras que son parte de la letra de "Calle Mayor", una canción que fue publicada hace casi tres décadas. Resulta triste y desalentador que, pese al tiempo transcurrido, sigamos igual.
Hemos alcanzado grandes logros en áreas como la tecnología, la ciencia y la cultura. Pero ¿qué pasa con nuestra humanidad? ¿Por qué no hemos avanzado en la igualdad y el respeto mutuo? El racismo, que debiera ser un anacronismo en el siglo XXI, sigue infectando el corazón de la sociedad, perpetuando desigualdades y tensiones.
"Con el brutal miedo que da el ser extranjero". Estar en un lugar desconocido, enfrentar miradas críticas y ser objeto de discriminación no es un fenómeno aislado. Es la realidad diaria de millones de personas que son etiquetadas como "otros" simplemente por su origen o el color de su piel. La canción captura con precisión el temor visceral que puede sentir una persona al intentar sobrevivir.
Otro mensaje resuena en la canción: "Me da igual que seamos gitanos que payos, negros que blancos". La universalidad de esta frase es su poder. No importa de dónde vengamos, todos somos seres humanos. Todos deberíamos tener las mismas oportunidades, los mismos derechos, la misma dignidad. Pero, aunque suene idealista, no vivimos en un mundo que refleje esa igualdad, y eso es lo que hace que la canción sea tan relevante, incluso hoy.
Una de las formas más insidiosas del racismo en la actualidad es su "invisibilidad". Ya no estamos hablando de letreros segregacionistas o leyes abiertamente discriminatorias; ahora el racismo se esconde en microagresiones o en simples comentarios "inofensivos".
"Y que de nada sirve volver a intentar convencer al padre que ambos son igual". Este es el corazón de la cuestión: el racismo es una enseñanza arraigada que se pasa de generación en generación. Cambiar mentes es un trabajo lento y difícil, pero no podemos darnos por vencidos. Las nuevas generaciones tienen que hacerlo mejor. Nosotros tenemos que hacerlo mejor. De lo contrario, la "Calle Mayor" seguirá siendo una vía de intolerancia, y las nuevas generaciones continuarán heredando nuestros peores vicios.
Erradicar el racismo no es tarea de unos pocos activistas, ni responsabilidad exclusiva de las víctimas. Es un esfuerzo colectivo que implica a toda la sociedad. Necesitamos educación, conciencia y, sobre todo, voluntad para desafiar nuestros propios prejuicios y los del entorno que nos rodea.
La canción "Calle Mayor" de Revólver no es simplemente una melodía pegajosa con una letra provocadora. Es un espejo que refleja una triste realidad que aún no hemos podido cambiar. Pero en su esencia también reside una llamada a la acción, un recordatorio de que, aunque la riada de gente sea densa y parezca imposible caminar en sentido contrario, tenemos que seguir intentándolo. Porque cada paso que demos no importa cuán pequeño, nos acerca a una sociedad donde "la vida es la vida y los hombres son hombres", sin importar el color de su piel.
Escuchando "Calle Mayor" del grupo español Revólver, publicado en 1996, una triste constatación me golpea: desgraciadamente, nada ha cambiado. Podríamos pensar que, tras décadas de lucha por la igualdad y la justicia social, el racismo habría sido relegado a las páginas oscuras de la historia. Pero no, sigue vivo y palpable en cada rincón de nuestra sociedad. Por poner algún ejemplo: desde los paseos marítimos de Jávea o Calpe hasta las avenidas más concurridas de ciudades como Madrid y Barcelona.
Esta canción, con su poderosa crítica social, denunciaba un fenómeno que, lamentablemente, sigue latente hoy. El racismo no ha desaparecido, simplemente se ha transformado, adaptándose a nuevas formas y expresiones, manteniendo su veneno intacto.
"Mientras que le grita: '¡tú, negro de mierda, si tocas a mi hijo te abro la cabeza!'" - esas son las palabras que retumban en mi cabeza, palabras que son parte de la letra de "Calle Mayor", una canción que fue publicada hace casi tres décadas. Resulta triste y desalentador que, pese al tiempo transcurrido, sigamos igual.
Hemos alcanzado grandes logros en áreas como la tecnología, la ciencia y la cultura. Pero ¿qué pasa con nuestra humanidad? ¿Por qué no hemos avanzado en la igualdad y el respeto mutuo? El racismo, que debiera ser un anacronismo en el siglo XXI, sigue infectando el corazón de la sociedad, perpetuando desigualdades y tensiones.
"Con el brutal miedo que da el ser extranjero". Estar en un lugar desconocido, enfrentar miradas críticas y ser objeto de discriminación no es un fenómeno aislado. Es la realidad diaria de millones de personas que son etiquetadas como "otros" simplemente por su origen o el color de su piel. La canción captura con precisión el temor visceral que puede sentir una persona al intentar sobrevivir.
Otro mensaje resuena en la canción: "Me da igual que seamos gitanos que payos, negros que blancos". La universalidad de esta frase es su poder. No importa de dónde vengamos, todos somos seres humanos. Todos deberíamos tener las mismas oportunidades, los mismos derechos, la misma dignidad. Pero, aunque suene idealista, no vivimos en un mundo que refleje esa igualdad, y eso es lo que hace que la canción sea tan relevante, incluso hoy.
Una de las formas más insidiosas del racismo en la actualidad es su "invisibilidad". Ya no estamos hablando de letreros segregacionistas o leyes abiertamente discriminatorias; ahora el racismo se esconde en microagresiones o en simples comentarios "inofensivos".
"Y que de nada sirve volver a intentar convencer al padre que ambos son igual". Este es el corazón de la cuestión: el racismo es una enseñanza arraigada que se pasa de generación en generación. Cambiar mentes es un trabajo lento y difícil, pero no podemos darnos por vencidos. Las nuevas generaciones tienen que hacerlo mejor. Nosotros tenemos que hacerlo mejor. De lo contrario, la "Calle Mayor" seguirá siendo una vía de intolerancia, y las nuevas generaciones continuarán heredando nuestros peores vicios.
Erradicar el racismo no es tarea de unos pocos activistas, ni responsabilidad exclusiva de las víctimas. Es un esfuerzo colectivo que implica a toda la sociedad. Necesitamos educación, conciencia y, sobre todo, voluntad para desafiar nuestros propios prejuicios y los del entorno que nos rodea.
La canción "Calle Mayor" de Revólver no es simplemente una melodía pegajosa con una letra provocadora. Es un espejo que refleja una triste realidad que aún no hemos podido cambiar. Pero en su esencia también reside una llamada a la acción, un recordatorio de que, aunque la riada de gente sea densa y parezca imposible caminar en sentido contrario, tenemos que seguir intentándolo. Porque cada paso que demos no importa cuán pequeño, nos acerca a una sociedad donde "la vida es la vida y los hombres son hombres", sin importar el color de su piel.
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