Lo que moviliza a los jóvenes…
Cuestión de ganas
No dejamos de verlo en las noticias: el “mundo
árabe” está cambiando. Desde que a mediados de diciembre un joven tunecino se
prendiese fuego ante dos policías, numerosos países árabes están
transformándose. Mohamed Bouazizi –así se llamaba este joven- no imaginaría lo
que su desesperado acto iba a provocar, simplemente se dejó llevar por la
impotencia que supone vivir bajo un régimen autoritario, en un país corrupto y
con escandalosas tasas de desempleo. Tras su suicidio, miles de jóvenes
empezaron a manifestarse y protestar contra Ben Ali, el presidente de Túnez.
Como consecuencia, lograron que este abandonase el país.
Después llegó el efecto contagio: en Argelia,
Egipto, Yemen, Marruecos, Siria, Libia, Arabia Saudí, Omán, Sudán y Jordania empezó a cambiar el panorama. La gente
salía a la calle en multitudinarias manifestaciones y los Gobiernos respondían,
bien con la fuerza, o bien con promesas de mejoras sociales o abandono del
poder.
Sin entrar en más detalles sobre los numerosos
acontecimientos que desde entonces se están viviendo en el mundo árabe, cabe
reconocer el valor de los jóvenes, propulsores de estos importantes cambios al
sur y al este del Mediterráneo.
Y mientras, ¿qué pasa al norte del mismo mar? En
Europa también hay motivos por los que protestar. Claro está que la situación
de Túnez, Libia o Egipto no es la misma que la de Grecia, Rumanía o Italia,
pero aún así, hay motivos por los que salir a la calle. ¿Por qué los jóvenes
europeos no lo hacen?
Sin ir más lejos, solo hay que mirar hacia España
(por no hablar de Italia, Berlusconi y todo el circo que tienen montado). Aquí
las familias no pueden ni pagar las hipotecas; los bancos no conceden
préstamos; los recién titulados no consiguen situarse en el oficio para el que
han estudiado; el 20’3% de la población -con o sin estudios- está en las listas
del paro; las pensiones bajan, la edad de jubilación se alarga… Y todo sigue
como si nada.
Hay motivos más que de sobra para salir a la
calle con pancartas, para programar huelgas y manifestaciones multitudinarias,
para hacer críticas sociales, para proponer y exigir cambios… Pero parece que
es demasiado complicado. En Europa, en España, nos hemos acostumbrado a seguir
las pautas que nos marcan. ¿Qué no son las mejores? Bueno, quizá, pero seguro
que son las más fáciles. ¿Para qué voy a complicarme la vida? Si me cobran más
en la factura del gas por un servicio extra que yo nunca contraté, o si trabajo
más horas de las que figuran en mi contrato… ¿debería exigir que se hiciesen
las cosas bien? Eso supondría tiempo, y el tiempo es dinero.
Así que mejor me quedo viendo la tele: hoy las
noticias han cambiado, apenas me cuentan qué pasa en Libia (menos mal, ya
estaba cansada de ver tanta revuelta), el notición del día es que Justin Bieber
ofreció anoche un concierto en Madrid. Eso sí que es todo un acto y no lo del
tal Mohamed ese de Túnez… Por una causa tan noble como la de Justin sí que
merece la pena pasarse hasta once días en la calle haciendo cola y… ¡anda!,
¡con pancartas! Para esto sí que hay ganas de moverse…
![[Img #3036]](upload/img/periodico/img_3036.jpg)
No dejamos de verlo en las noticias: el “mundo árabe” está cambiando. Desde que a mediados de diciembre un joven tunecino se prendiese fuego ante dos policías, numerosos países árabes están transformándose. Mohamed Bouazizi –así se llamaba este joven- no imaginaría lo que su desesperado acto iba a provocar, simplemente se dejó llevar por la impotencia que supone vivir bajo un régimen autoritario, en un país corrupto y con escandalosas tasas de desempleo. Tras su suicidio, miles de jóvenes empezaron a manifestarse y protestar contra Ben Ali, el presidente de Túnez. Como consecuencia, lograron que este abandonase el país.
Después llegó el efecto contagio: en Argelia, Egipto, Yemen, Marruecos, Siria, Libia, Arabia Saudí, Omán, Sudán y Jordania empezó a cambiar el panorama. La gente salía a la calle en multitudinarias manifestaciones y los Gobiernos respondían, bien con la fuerza, o bien con promesas de mejoras sociales o abandono del poder.
Sin entrar en más detalles sobre los numerosos acontecimientos que desde entonces se están viviendo en el mundo árabe, cabe reconocer el valor de los jóvenes, propulsores de estos importantes cambios al sur y al este del Mediterráneo.
Y mientras, ¿qué pasa al norte del mismo mar? En
Europa también hay motivos por los que protestar. Claro está que la situación
de Túnez, Libia o Egipto no es la misma que la de Grecia, Rumanía o Italia,
pero aún así, hay motivos por los que salir a la calle. ¿Por qué los jóvenes
europeos no lo hacen?
Sin ir más lejos, solo hay que mirar hacia España
(por no hablar de Italia, Berlusconi y todo el circo que tienen montado). Aquí
las familias no pueden ni pagar las hipotecas; los bancos no conceden
préstamos; los recién titulados no consiguen situarse en el oficio para el que
han estudiado; el 20’3% de la población -con o sin estudios- está en las listas
del paro; las pensiones bajan, la edad de jubilación se alarga… Y todo sigue
como si nada.
Hay motivos más que de sobra para salir a la
calle con pancartas, para programar huelgas y manifestaciones multitudinarias,
para hacer críticas sociales, para proponer y exigir cambios… Pero parece que
es demasiado complicado. En Europa, en España, nos hemos acostumbrado a seguir
las pautas que nos marcan. ¿Qué no son las mejores? Bueno, quizá, pero seguro
que son las más fáciles. ¿Para qué voy a complicarme la vida? Si me cobran más
en la factura del gas por un servicio extra que yo nunca contraté, o si trabajo
más horas de las que figuran en mi contrato… ¿debería exigir que se hiciesen
las cosas bien? Eso supondría tiempo, y el tiempo es dinero.
Así que mejor me quedo viendo la tele: hoy las
noticias han cambiado, apenas me cuentan qué pasa en Libia (menos mal, ya
estaba cansada de ver tanta revuelta), el notición del día es que Justin Bieber
ofreció anoche un concierto en Madrid. Eso sí que es todo un acto y no lo del
tal Mohamed ese de Túnez… Por una causa tan noble como la de Justin sí que
merece la pena pasarse hasta once días en la calle haciendo cola y… ¡anda!,
¡con pancartas! Para esto sí que hay ganas de moverse…
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